Cuento infantil: Lautaro, el Cholo y las Aves del Bosque Araucano (Parte V: El Viaje)

Quinta Parte: El Viaje.

En la noche mientras se duermen, Lautaro se da cuenta que el Cholo está llorando de dolor, sus aullidos se pierden en lo lejos de la noche de luna, es que los cojines de sus viejas patas y manos se le han herido por el calor y lo áspero de la lava, su viejo amigo lo mira con sus grande ojos tristes y no lo culpa, el niño no sabe que hacer, si le dice a sus padres seguro que se enojarán más con él todavía, sale de la casa y va a un gran Coigue donde vive el Señor Tucúquere, que es un gran y sabio Búho que puede aconsejarlo, llega donde él, está despierto como todas las noches, pensando a la luz de la luna, y le pregunta como curar a su amigo, el grán Búho lo mira con sus enormes ojos amarillo, gira su gran cabeza, se pone a cantar con su voz profunda algo así como tukuuuhuhu, tukkuuhuhu... y aparece una densa neblina, después de un rato le dice que la única solución es que consiga que una Machi Loica que vive muy lejos, mas allá de la Laguna Captrén bajando a Curacautín por el camino nuevo, en el plano que está mas abajo de la Cordillera de Los Andes, se apiade del Cholo y venga a curarle con sus hierbas medicinales, le dice que está Machi es muy respetada en toda la comarca por sus conocimientos curativos y que es conocida en toda la zona y también mucho mas allá de ella. Lautaro parte esa misma noche, le deja una carta a sus padres donde le explica que volverá en dos días que no se preocupen, se despide de su amigo y parte camino a al lago para después bajar por el otro lado por Captrén, camina por el inmenso bosque y escucha al Kon kón, que con un sólo grito corto y fuerte de có-có-có le desea buena fortuna en el viaje. Ya aclarando pasa por el bosque de los Carpinteros donde hay grandes arboles cuyos troncos parecen piernas largas y verdes de Dinosaurios  que vio en unas imágenes de un libro en la escuela, se encontró con el Papá Carpintero que tiene la cabeza roja y con su señora que la tiene negra con un coqueto moño, ambos lo saludaron y aunque se extrañaron al principio por el largo viaje del niño, este les explicó y le desearon un buen viaje, animándolo con su tamborileo que ambos tocaron en un tronco haciéndolo sonar en el bosque como si fuera un grán tambor.