Cuento infantil: Lautaro, el Cholo y las Aves del Bosque Araucano (Parte VII: La Machi)

Séptima Parte: La Machi.

La Lloyka estaba parada arriba de un tronco y lo saludó, su pecho era rojo como la sangre, los
gringos dicen que en su canto señala que el pecho rojo se debe a una herida con cuchillo y repite incesantemente con cuchillo fue. Era una Señora más bien callada de nombre Josefina con una pata chueca y uno de sus ojos blanco, huero le dicen, lo había perdido mucho años atrás en un enfrentamiento contra una locomotora a vapor por allá por Lonquimay en el túnel Las Raíces, de donde salió muy mal parada, de puro terca que todavía es, al niño le daba un poco de susto mirarla por el lado del ojo malo, su voz era ronca y carraspeaba como esas personas que en su vida han fumado mucho, tenía bastantes años y cojeaba. Lautaro le explicó el motivo de su visita y ella mirando al suelo, como que dibujaba con una de sus patas en la tierra, lo escucho largo rato y le dijo que conocía del cariño del niño y del perro y que eso para ella era muy importante, que en el humo de su fogón había visto visiones donde los veía correr alegres y juguetones y que por eso los ayudaría, preparó sus cosas y luego le dio al niño un agua de hierbas del bosque con lo cual Lautaro se quedó profundamente dormido, soñó que la Machi lo llevaba sobre ella y que regresaban a Conguillío volando, vio desde la altura todo el paisaje hasta que después de un rato ingresaron al valle del lago, enmarcado por un lado por la Sierra Nevada y por el otro por el Pillán Llaima humeando como siempre, al medio el gran lago con aguas transparente color esmeralda, por los costados altas caídas de agua que caen directamente a la aguas, las Araucarias se ven como diminutos paraguas de esos que algunos usan en el pueblo cuando llueve, a lo lejos se ven dos o tres Cóndores planeando por por el lado de los riscos. Lautaro se emocionó desde la altura por la increíble hermosura del lugar en el que vivía, lugar donde su Padre había llegado como colono muchos años atrás, le contó que para abrir camino desde Melipeuco tuvo que hacerlo con un combo por el mar de lava, partiendo uno a una la rocas que se cruzaban en su camino y que no le dejaban pasar con su carreta. Al poco rato llegaron a su casa, la Machi saludó a todo el mundo y se hizo cargo del enfermo, limpió las heridas, sacó de un bolsito pequeño que traía unas hojas de LLantén, y con ellas envolvió la patas del perro, luego saco su Kultrún y se puso a cantar con sus ojos cerrados y a bailar con su pata coja alrededor de mi amigo, que no la perdía de vista con sus grandes ojos mientras giraba en torno a él. La verdad es que a mí me causaba un poco de risa, pero al ver la seriedad de mi Madre y de todo los demás me di cuenta del respeto que había que tener frente a la situación, así pasaron varios días, hasta que una mañana, al despertar vimos que el Cholo se había sanado y que volvía a menear su gran cola, buscamos por todas partes a la Machi, pero no estaba por ningún lado, en la puerta de nuestra casa encontramos un ramito de flores de Chilco, donde un Picaflor Chico revoloteaba sacándole el néctar, con lo cual nos dimos cuenta que la Machi Loica se despedía habiéndose marchado, no tuvimos oportunidad para agradecerle, mi Madre nos dijo que los Machi hacían el bien sin esperar retribución alguna y que era normal que una vez repuesto el enfermo partieran sin aviso previo, eso por que eran muy tímidos y no le gustaban los reconocimientos públicos.